martes, 13 de diciembre de 2016

Superar el duelo: Cuando se instala la culpa


PILAR PASTOR, PSICÓLOGA DE FMLC

FMLCLa culpa es una emoción habitual en la experiencia del doliente tras la pérdida de un ser querido.
Cuando esta emoción se instala y se bloquea, se convierte en el centro del proceso de duelo, complicando su elaboración y convirtiéndose en una de las emociones más difíciles de abordar en la terapia.

Las falsas creencias sobre el duelo

En el duelo, la culpa se relaciona con algo que ha ocurrido y que el doliente considera irreversible. Este sentimiento viene acompañado de angustia, irritabilidad y tristeza. La autoimagen de la persona en duelo se resiente y el pensamiento está ocupado principalmente por los hechos concretos por los que se culpabiliza el doliente.
En ocasiones, la culpa que aparece en el duelo se sustenta en ideas irracionales -pero muy extendidas-, como por ejemplo: “A él no le gustaría que sufrieras” o “Si no lo superas, no dejas descansar al fallecido”. Esta clase de afirmaciones favorecen que el doliente se sienta culpable por no superar rápido su dolor, o por llorar, o por sentirse triste.

La culpa del superviviente

A medida que se desarrolla el proceso de aceptación y asimilación de la pérdida, se van disipando la sensación de culpa, o los autorreproches que el doliente se hace por disfrutar, o por volver a hacer cosas que se habían dejado de lado tras el fallecimiento del ser querido, incluido el sentimiento de culpa por seguir viviendo. Esto ocurre cuando se va asimilando la aceptación de la realidad de la muerte.
En las terapias es frecuente observar esa sensación de culpa, por ejemplo, en los padres que sobreviven a sus hijos, como si no tuvieran derecho a vivir. Durante la elaboración de su duelo y conforme aceptan lo que ha ocurrido, vuelven a darse permisos y se dan cuenta de que el dolor no es el único camino para echar de menos a quien han perdido.

La culpa de los cuidadores

En otras ocasiones, los dolientes experimentan sensaciones fugaces de culpa que se sienten incapaces de afrontar y que, aunque no están presentes de manera constante, sí condicionan la vivencia del duelo. Cuando esas sensaciones y recuerdos se expresan y se confrontan con la realidad de los hechos, pierden ese matiz de culpa y el doliente es capaz de integrarlos en su historia personal.
Esta clase de culpa se da muy a menudo cuando el doliente ha sido el cuidador principal de la persona fallecida. La duda de si podría haber hecho algo más, o de si estuvo a la altura, puede abrumar al doliente durante los primeros momentos del duelo, hasta que puede ver el proceso con más distancia, observando la globalidad y la coherencia de todo lo ocurrido y, por tanto, disolviéndose la culpa.
Sin embargo, cuando la culpa se instala y se convierte en el centro del proceso, no responde a la lógica y a menudo se vuelve invalidante. A veces, diferenciar entre culpa y responsabilidad es muy difícil y requiere un trabajo muy profundo.

Cuando la culpa se enquista

En los casos de suicidio de un familiar, es frecuente que la culpa ensombrezca a toda la familia y rememoren los acontecimientos más cercanos al suicidio en busca de lo que hubieran podido cambiar, o de las posibles señales que no percibieron.
En general, la familia no elabora la culpa hasta que comprende realmente que las decisiones, las conversaciones, el día a día, etc., se va construyendo con la información que tenemos en ese momento, que no se puede predecir el futuro y que actuamos según lo que sabemos en el ahora.

Poner palabras a la culpa

La culpa no siempre es expresada de forma clara por el doliente. Hay culpas (como en los casos que hemos expuesto antes) que invaden la experiencia y no hay otro camino que afrontarlas. En otros casos, el doliente esconde la culpa por miedo a afrontar el riesgo de que realmente tenga una responsabilidad en lo sucedido.
En cualquier caso, frente a esta emoción tan compleja y tan dolorosa resulta fundamental respetar el ritmo del doliente, sin acelerar el proceso ni su afrontamiento. Y, sobre todo, es importante permitirle expresarla en un primer momento, aunque sea ilógica y la realidad nos dé mil argumentos reales para refutarla. Más adelante, podremos entablar ese diálogo, dándole sentido y coherencia, pero primero ofreceremos al doliente un espacio para que pueda expresar su dolor y su pesar.
Todas estas claves pretenden servir de orientación a las personas que han sufrido la pérdida de un ser querido o intentan ayudar a una persona doliente de su entorno. Para saber más o para solicitar ayuda psicológica gratuita, no dude en consultar nuestra página web:

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